
La misión: hablar de la muerte en el cine. El método: salir a buscar indicios en la noche de la ciudad y de mi subconsciente. El resultado: No hallé más que varios corazoncitos azules en el asfalto, funerarias fashion que tratan al difunto mejor que en vida, ideas sombrías y existencialistas, cementerios floridos (a propósito lugares muy inspiradores). En fin: nada. Pero, a la luz del día, comenzaron a asomar los verdaderos cadáveres andantes, vagabundeando por las calles de este lado del planeta, que pese a respirar y caminar, eran una suerte de muertos vivientes: la gente nihilista. Entonces me acordé de la mejor muerte del cine ecuatoriano, la que goza de más vitalidad, que está en Cuando me toque a mi (2007, Víctor Arregui). Su protagonista se convierte en el principal occiso con su actitud quemeimportista, y su trabajo de médico forense retrata a la muerte como un evento circunstancial de la existencia, en un diálogo tan cercano que se transforma en cotidiano. Otro flash back encontré en Esas no son penas, cuando un grupo de chicas se han transformado en algo parecido a un adulto, pero descubren que la mejor parte de ellas esta muerta y bien enterrada en el pasado. Luego Crónicas (película nice filmada acá) donde se utiliza como gancho sensacionalista al cuento del Monstruo de Babahoyo, cuya intriga permite lucirse al intrépido John Leguizamo y compañía.
La conclusión: la muerte, por acá, no da espanto. Tal vez, y solo tal vez, provoque un poco de nostalgia por poner un stop al tren de la rutina y detener ese andar sin sentido… que casualmente nos llena tanto.
La conclusión: la muerte, por acá, no da espanto. Tal vez, y solo tal vez, provoque un poco de nostalgia por poner un stop al tren de la rutina y detener ese andar sin sentido… que casualmente nos llena tanto.
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