
En pleno centro de Ponh Penh, las prostitutas viven en desvencijados edificios. Trece mujeres camboyanas duermen en el suelo de dos cuartos vacíos, donde lo único que se avizora son recortes de revistas de estrellas y modelos de fama. Las mujeres cuentan su testimonio de vida en la última película del director camboyano Rithy Pan: El papel no puede envolver la brasa (2007).
¿Quién decide qué es justo y qué no? ¿Quiénes son pobres y ricos? ¿Quiénes los que ostentan el poder y los que no tienen derecho de opinión? Este filme cuenta la historia de los desfavorecidos, que sin embargo levantan su voz a través del retrato fiel de una docena de mujeres con un destino marcado por una situación que no escogieron para su porvenir. “La justicia está del lado de los ricos… los pobres siempre seremos los culpables” sentencia una de sus protagonistas. En Camboya las mujeres pobres tienen pocos caminos para escoger: la mendicidad o la prostitución. Son famosas a nivel mundial las redes de prostitución infantil, que ofrecen sexo con menores a cambio de pocos centavos. La meca para los pederastas, la humillación y el infierno para los inocentes.
Rithy Panh vuelve a estremecer las conciencias contando la cruda realidad de su natal Camboya, ya lo hiciera años atrás con S-21 Jemer Rojo, la máquina de matar (2003), donde cuenta la terrible historia del genocidio y devastación que sufrió su país cuando las legiones del Jemer Rojo estaban instauradas en el poder en los años setenta. El propio Panh sufrió en carne propia la guerra del Jemer Rojo. A los once años, cuando las familias del campo son dispersadas, Panh es internado en un “campo de rehabilitación”, donde el nuevo sistema pretendía lavar conciencias. Panh logra escapar y llega a Francia, donde se establece y decide que va a estudiar cine para contar al mundo las atrocidades que su pueblo vivió. Las secuelas que en Camboya han quedado son inmensas: reflejo de ello es la extrema pobreza que azota a gran parte de la población, donde mujeres como las de El papel no puede envolver la brasa deben vender sus cuerpos para tener algo que comer.
Ganan diez dólares por cliente, pero para ellas no queda ni la décima parte. El dinero debe ser entregado a la “madama” del edificio donde viven y al guardián que las cuida. Pasan el día encerradas en una malograda edificación sin más distracción que contarse sus penas, mientras realizan trabajos manuales (recortes de periódicos o revistas viejas, dibujos, etc). En el campo, donde la pobreza es aún mayor, muchas mujeres fueron vendidas por sus propios familiares a pocos centavos y siendo todavía menores de edad. Fueron obligadas a prostituirse, viven como esclavas, son maltratadas y tratadas como la última escoria de la sociedad por clientes y por sus propios explotadores. Las historias son cientas así como los abusos a los que son expuestas: maltratos verbales y físicos, abortos forzados, drogas, violación, exposición al SIDA y una serie de ultrajes impropios del ser humano. “Nos estrujan como ajos” dice una de ellas luego de ser golpeada la noche anterior por un cliente prepotente.
Rithy Panh muestra estas historias desgarradoras pero logra materializar en el filme la belleza de estas mujeres. Nunca vemos escenas crudas, nunca vemos a los abusadores. Las protagonistas son las mujeres y sus conversaciones, donde van relatando sus experiencias y su cotidianidad. En ocasiones desaparece el sello ineludible de prostitutas y sobresale el de simples mujeres camboyanas, marcadas por un destino inevitable.
¿Quién decide qué es justo y qué no? ¿Quiénes son pobres y ricos? ¿Quiénes los que ostentan el poder y los que no tienen derecho de opinión? Este filme cuenta la historia de los desfavorecidos, que sin embargo levantan su voz a través del retrato fiel de una docena de mujeres con un destino marcado por una situación que no escogieron para su porvenir. “La justicia está del lado de los ricos… los pobres siempre seremos los culpables” sentencia una de sus protagonistas. En Camboya las mujeres pobres tienen pocos caminos para escoger: la mendicidad o la prostitución. Son famosas a nivel mundial las redes de prostitución infantil, que ofrecen sexo con menores a cambio de pocos centavos. La meca para los pederastas, la humillación y el infierno para los inocentes.
Rithy Panh vuelve a estremecer las conciencias contando la cruda realidad de su natal Camboya, ya lo hiciera años atrás con S-21 Jemer Rojo, la máquina de matar (2003), donde cuenta la terrible historia del genocidio y devastación que sufrió su país cuando las legiones del Jemer Rojo estaban instauradas en el poder en los años setenta. El propio Panh sufrió en carne propia la guerra del Jemer Rojo. A los once años, cuando las familias del campo son dispersadas, Panh es internado en un “campo de rehabilitación”, donde el nuevo sistema pretendía lavar conciencias. Panh logra escapar y llega a Francia, donde se establece y decide que va a estudiar cine para contar al mundo las atrocidades que su pueblo vivió. Las secuelas que en Camboya han quedado son inmensas: reflejo de ello es la extrema pobreza que azota a gran parte de la población, donde mujeres como las de El papel no puede envolver la brasa deben vender sus cuerpos para tener algo que comer.
Ganan diez dólares por cliente, pero para ellas no queda ni la décima parte. El dinero debe ser entregado a la “madama” del edificio donde viven y al guardián que las cuida. Pasan el día encerradas en una malograda edificación sin más distracción que contarse sus penas, mientras realizan trabajos manuales (recortes de periódicos o revistas viejas, dibujos, etc). En el campo, donde la pobreza es aún mayor, muchas mujeres fueron vendidas por sus propios familiares a pocos centavos y siendo todavía menores de edad. Fueron obligadas a prostituirse, viven como esclavas, son maltratadas y tratadas como la última escoria de la sociedad por clientes y por sus propios explotadores. Las historias son cientas así como los abusos a los que son expuestas: maltratos verbales y físicos, abortos forzados, drogas, violación, exposición al SIDA y una serie de ultrajes impropios del ser humano. “Nos estrujan como ajos” dice una de ellas luego de ser golpeada la noche anterior por un cliente prepotente.
Rithy Panh muestra estas historias desgarradoras pero logra materializar en el filme la belleza de estas mujeres. Nunca vemos escenas crudas, nunca vemos a los abusadores. Las protagonistas son las mujeres y sus conversaciones, donde van relatando sus experiencias y su cotidianidad. En ocasiones desaparece el sello ineludible de prostitutas y sobresale el de simples mujeres camboyanas, marcadas por un destino inevitable.
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